Además de los cambios a la vista, la plaza lucía una fisionomía diferente con una exposición callejera de las esculturas de un artista vasco de cuyo nombre no puedo acordarme. De lo que sí me acuerdo y mucho es de las grandes dimensiones de las figuras, la mayoría humanas, que recordaban a los David de Miguel Ángel pero en bronce y a lo bestia. Como curiosidad, que las dimensiones iban todas en proporción. Quiero decir, y creo que me van entendiendo, que las figuras, como sus autor los trajo al mundo, lucían un miembro portentoso e impudoroso. ¿Reacciones? Muchas y muy diversas, pero todas se podían agrupar en dos géneros.
Por una parte, la actitud de las féminas, recatadas y pudorosas, que no sabían donde meterse y se escudaban, como con miedo, bajo una pavorosa sonrisa de "Dios mio, ¿qué es esto? Si mi novio tiene, según él, 18 centímetros, ¿esto cuanto es?".Por otra, los machitos brabucones y con la risa floja y la típica bromita entre colegas, que ocultaban un insonoro grito de desesperación: "¡Pero, qué es esto! ¿Esas cosas existen? Porque menudo chasco lo que yo tengo".
Fue curioso el revuelo que había montado en torno a las citadas figuras, por cierto, muy bien conseguidas e inspiradas, ya que por un momento te olvidabas que eran frías e inertes y presentías durante el soleado paseo la cálida sensasión que emana de esa citada parte de la anatomía masculina. Sorpresa la que me sigue provocando ver el pudor que sigue habiendo al enfrentarnos a algo tan sencillo y natural como un desnudo humano.
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