Siempre que os hablo de mi nueva casa, mi nuevo apartamento, desde el mes de julio, en la calle Harinas, aparece la Giralda de fondo. Ella allí, imponente y respetuosa, como el guardia jurado de nuestras vida. Hoy he vivido una experiencia muy particular y es que en lugar de ver la vida desde el balcón de mi casa he optado por cambiar de óptica y ver como se contempla mi casa desde la torre guía, la Giralda.
Y allí que me fui con los hermanos Cruz, no los Solís, sino mi marido y cuñada, con más miedo que ganas y con una sensación de vértigo recorriéndome el cuerpo. Pues nada, uno que es valiente y echado palante se ha puesto a subir rampas, 34 en total, cámara en ristre, como típico turista, en busca de la cima y de unas vistas impresionantes que se iban vislumbrando a cada planta que íbamos subiendo. Dicen que los moros ascendían por esas cuestas a caballo. Nosotros no íbamos sobre equinos, pero subimos bastante ágiles y hasta arriba llegué, con los pies a no se cuantos metros del suelo, entre campanas y con Sevilla a mi alrededor, más bien, a mis pies... Impresionante. Y vencí mi vértigo...
Primer objetivo, localizar nuestra casa entre tanto edificio de maqueta... Que si aquello es la calle Adriano, aquello otro que se ve allí la Plaza Nueva, García de Vinuesa, pero ni rastro de Harinas y menos de nuestro tercer piso. De pronto, una orientación, una grúa, una fachada turquesa con dos ventanas y al lado el pico de mi balcón. Allí estaba... Vaya desilución. Los chinos no me ven cuando los saludo desde mi casa...
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