Querido Antonio,
no sé si alguna vez leerá usted estas letras que le voy a dedicar en mi mesa camilla y desconozco cómo le sentarán, supongo que no muy bien, pero estoy en mi derecho y obligación relatar mis experiencias vividas con su último libro, El pedestal de las estatuas, por los casi 20 euros que invertí en él y, mucho más importante, por la admiración que siempre le he tenido a sus novelas.
Leer El pedestal de las estatuas ha supuesto para mí una de las condenas o castigo más grande que he vivido nunca en torno a la literatura, como si hubiese cumplido condena en el penal del Puerto. No era, para nada, lo que yo esperaba de este libro. Sabía que se trataba de una novela histórica, pero no que la historía se iba a acaparar de las 537 páginas en detrimento de la parte novelada. Más que una novela histórica es un libro de historia puro y duro, de los que deberían descansar y coger polvo, como los buenos libros, en las estanterías de colegios, institutos y universidades de toda España. Esto no es algo negativo, pero no era lo que realmente me apetecía encontrarme al abrir las páginas de su libro.
Otro de los fallos, que a mi modesto parecer, le encuentro al libro es que abarca un periodo histórico bastante amplio, cargando y confundiendo al lector de una serie de datos que al final no retiene en su memoria, para acabar centrándose en las últimas 200 páginas en el sufrimiento de Antonio Perez, secretario de Felipe II, por poseer una serie de documentos privados del monarca que le traen más de un problrema. Vale que contextualices la dinastía de la que procede Felipe y que te cebes con toda la zaga de reyes desde los católicos hasta el citado monarca, pero no eran necesarios tanto repaso histórico y tantos personajes que, quitando al Duque de Alba, no permanecen en el recuerdo.
Pero lo más importante y lo que ha calado más en que salga defraudado de esta lectura ha sido que no he visto a Antonio Gala por ninguna de las páginas que colman este libro. Si usted me dice que lo ha escrito, lo creo, no estamos aquí para poner en tela de juicio la palabra de un afamado escritor como es usted, pero entre su pedestal y los libros de Vicen Viven no hay mucha diferencia. Es un libro sin estilo, una profusión de acontecimientos, datos, fechas históricas y anécdotas, para mí, sin sentido y sin ningún fin. Ya que si pretendía dejar en evidencia la calaña de los reyes de la historia de España y de la corte que los rodeaban, ya se habían dejado patente en multitud de otras obras o películas que se han centrado en este tema.
Pero, a pesar de todo esto, me siento orgulloso y usted también debería de sentirse porque he aguantado como un jabato hasta el final del libro, con más pena que gloria, pero he aguantado. Porque de tener el libro otra autoría lo hubiese cerrado fijo en las primeras cien o doscientas páginas...
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